domingo, 5 de febrero de 2012

El reemplazo (un cuentito)


Mi vida no terminó con vos.  Sé que esto puede sonar como que soy un insensible, como que nunca me importaste, y nuestra relación se basaba solamente en conveniencias. Y si bien es cierto, no quiero que se me juzgue como criminal por hacer esto: vos me necesitabas tanto como yo necesitaba de vos.
Nuestra relación era problemática. Me maldecías por asuntos que no me incumbían, y yo siempre sentí que no me cuidabas. Es la generación del siglo XXI que te hizo descuidarme. ¡Cuántas veces preferiste pasar tardes sentada emborrachándote con tus amigas, antes que dedicarte a mí! Sin embargo, yo siempre te fui fiel.
Mi intención no es reprocharte. Al fin y al cabo, de nada sirve; ya tus ojos no ven, tus oídos no oyen,  tu cerebro ya no procesa, tu cuerpo ya no vive. Mi fin, más que hacer planteos inútiles, es el de exponer mis razones por las que hice lo que hice. Cualquiera diría que violé tu memoria, que soy un cobarde por abandonarte simplemente porque ya no respirás. Que toda nuestra vida juntos fue una farsa, un simulacro para emular una normalidad y felicidad de la cual yo carecía. Tan pronto como se sepa la noticia de que ya estoy con otra, las personas (que son  muy buenas haciendo las de jueces), sentenciarán una condena inapelable sin piedad, sin perdones ni indulgencias.
No es que las necesite. Yo estoy más allá de todas las críticas que ellos puedan hacer sobre lo que tuvimos. En este momento, nadie más que yo sabe lo especial que teníamos. Sólo yo conozco cómo saltaba de la alegría cuando vos estabas alegre. Sólo yo conozco cómo tus emociones eran también las mías. Mi ritmo siempre iba al son de tus sentimientos.
Bien sabés que tuvimos nuestros traspiés. Teníamos una relación enfermizamente simbiótica, que empezó desde el día en que naciste. Desde que tenías apenas horas de vida, yo te acompañé. Permanecí a tu lado en cada momento clave de tu corta vida, así como en cada momento prescindible que transcurrió sin pena ni gloria. Nos necesitábamos, no podíamos dejarnos. Aun así, jamás pensé que lo nuestro era tan inestable, que podía acabarse con un chispazo de la mala suerte. Pero las cosas resultaron así.
Algunos me llamarán maquiavélico, porque al poco tiempo de yacer muerta, ya te estoy dejando. Como si la excusa que necesitaba para librarme de esa relación simbiótica que tuvimos fuera la muerte. Y, como si no fuera suficiente, te reemplazo. Hago un trueque con la muerte, te cambio, pongo en tu lugar a una persona que yo ni siquiera conozco.
Estoy seguro de que entenderás que yo nunca te fallé.  Fue un auto el que te falló. Pero yo estoy bien, debo seguir. Con otra, pero seguir.  Yo tengo mucho más para dar, y espero que los jueces que lean esto sepan entender.
Lo entenderán, mientras en este momento, veo a un señor de bata blanca y boca cubierta. Con la agilidad y destreza que sólo se obtienen luego de años de llevar a cabo el mismo procedimiento, él hace una rápida incisión en tu cuerpo sin vida. Y sin más preámbulos, se dispone a extraerme de tu pecho, donde yo me alojaba dentro de tu caja torácica. Para bombear la sangre de alguien más. Para marcar el ritmo de las emociones de alguien más. Para latir en el pecho de alguien más.
Mi vida no terminó con vos.

2 comentarios:

  1. El cuento te transporta y te mete inmediatamente en la historia ¡Es genial, seguí así! Un beso.

    ResponderEliminar
  2. ¡MUY BUENO! No me esperaba ese final. :-)

    Saludos,
    Bellis

    ResponderEliminar