lunes, 24 de junio de 2013

Porque soy mujer

  A los 7 años, me levanté de mi pupitre, y fui casi a increpar a mi maestra de segundo grado. "Señorita, decime, ¿por qué no hay próceres mujeres?". Y es que tanto San Martín, tanto Belgrano, tanto Sarmiendo, tanta testosterona empezaba a abrumarme. No recuerdo precisamente cuál fue su respuesta. Seguro fue una huevada, ya que todos los hitos están gravados para siempre en la piedra de mi memoria. Fue algo del orden de que en esa época las mujeres no tenían tanta participación en la vida política. O sea, simplemente reformuló mi pregunta. Luego descubriría que no es que las mujeres se hayan limitado a la cocina y a coser los uniformes y banderas de los ejércitos, sino que la historia que se enseña a nenes prefiere omitir a todas aquellas heroínas de la vida real. Al fin y al cabo, es mejor silenciar que existió Juana Azurduy, y seguir cantando odas a Domingo Faustino Sarmiento, quien vomitaba frases infames a mansalva ("¡NO HAY QUE ESCATIMAR SANGRE DE GAUCHOS!"). Eso es mejor, porque las infantiles mentes de los niños de 3 a 17 años (ya que en ningún momento de todo el secundario supe quién era esta mujer) no deben saber que las mujeres supimos servir para algo. Es mejor que las nenas de 7 años no se inspiren en Juana. Es mejor que sigan confinadas en la casa, cogiendo y pariendo. Pero, en fin, esa es otra historia. La cuestión es que a mis 7 años, yo ya me encontraba indignada por la poca participación que tenía la mujer en los lugares de poder.
  A los 14 años me fui a Brasil con mi familia. Mi hermana, siempre coqueta y siguiendo todos y cada uno de los canones de belleza, se horrorizaba al verme con pelos. Y yo, que honestamente, no veía el hecho de tener pelos como algo tan horrible. No entendía el escandalo que eso podía generar en la gente. Así nací, con pelos. ¿Por qué debería alimentar la ilusión de ser lampiña? Pero mi hermana no sólo que no podía concebir esto, sino que le molestaba estar junto a alguien que sí pudiera. Aún no sé si fue por vergüenza ajena, o por la impotencia de ver que alguien decide no jugar bajo sus reglas. Pero mis pelos la indignaron tanto que llegó a gritarme a viva voz: "¡MARINA, SOS UNA MUJER! ¡SOS UNA MUJER!". Soy una mujer. Y porque soy una mujer, yo debo hacer de cuenta que no tengo pelos. Soy una mujer. Y porque soy una mujer, debo preocuparme por verme bella. Soy una mujer. Y porque soy una mujer, no sólo debo preocuparme por verme bella, sino que debo hacerlo bajo sus lineamientos de belleza y no los míos propios. Es mi determinismo por tener un par de tetas, vagina y útero.
  Entre mi útero, mi vagina y mi par de tetas, se encuentra una mujer. Una mujer que nació en una sociedad que la prefiere tonta, sumisa, depilada y descerebrada. Y por esto, se encarga de asustarla. La asusta pensando en que ella debe ser madre aunque no quiera, que ella no debe tener sexo si no es para reproducirse, no difundiendo las disfunciones sexuales femeninas ni inventando soluciones eficaces. Por ejemplo: si no se les para, tienen una pastilla mágica. Sin embargo, los tratamientos para el vaginismo son largos y pueden durar años. Muchas chicas no saben qué es el vaginismo, a pesar de ser una condición que afecta al 1/3 de la población femenina.
  Porque soy mujer, debo ser agradecida, ya que bien podría haberme tocado nacer en un país árabe, y ahí te quiero ver. Porque soy mujer, de hecho, debo ser agradecida cada vez que me voy a dormir, ya que he conseguido vivir un día más sin ser violada. Porque soy mujer, debo soportar que mi miedo más grande no sea la muerte, sino la violación.
  Porque soy mujer, todo lo mío será un tabú. Mi cuerpo incomoda, mi cuerpo provoca, mi cuerpo despierta lo peor de los hombres, mi cuerpo es por demás pecaminoso. Porque soy mujer, debo tolerar que otras mujeres acepten esto y quieran arrastrarme a que yo también lo haga.
  Porque soy mujer, debo cuidarme de con quién me caso: no vaya a ser que resulte ser un golpeador y yo sea víctima de violencia de género. O una muerta más, otra cifra perdida en los millones de casos desgarradores.
  Porque soy mujer, debo soportar pasar dos pruebas: ser inteligente, y ser inteligente a pesar de ser mujer.
  Porque soy mujer, yo debo amoldarme a todas las injusticias, todos los caprichos, debo caminar con la cabeza gacha y sonriendo bajo el yugo del tirano.
  Porque soy mujer, debo desnudarme para las miradas lascivas de los hombres. Y cuando uno me coja, debo darle las gracias. 
  Pero todo esto no tiene por qué ser así.
  Nunca tuve un marco político definitivo, ni pude alinearme con un partido. Sin embargo, me encuentro a gusto en el movimiento feminista. En un movimiento mundial que no lleva la bandera de ninguna agrupación, se milita para defendernos de un universo que no se nos acomoda. Luchamos para ya no ser esclavas de dogmas y tabúes, y, por fin, poder existir en igualdad. Luchamos para terminar con esta sociedad falocéntrica, y posicionarnos en el mismo lugar que el hombre. Luchamos para dejar de ser una minoría oprimida, a pesar de que paradójicamente somos mayoría en el mundo. Porque sólo así algún día podremos ser realmente felices. Podremos tener voz. Podremos tener ideas.
 No existe otra manera.
 Porque soy mujer, mi deber es luchar.  

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