domingo, 8 de abril de 2012

Cliché

Acababa de volver del primer mundo, de uno de esos viajes que lo hacen a uno odiar su residencia por no ser como el lugar en donde pasaste 3 semanas descubriendo.
Las paredes pintadas, los modales de camionero, la política tramposa, los transeúntes sospechosos (sujeten sus celulares, señoras y señores), la música apestosa que atesta las radios. En fin, Argentina.

Odiando todo y un poquito más, me fui a tomar el bondi.
¿Por qué será que las reflexiones siempre me agarran en el bondi? No, nunca en el cine, en el teatro, en el boliche, en una librería, disquería, no, tiene que ser en un medio de transporte público.

Pero estaba esperandolo, con unos auriculares aislantes para enfocarme en notas y no en las charlas que se sucedían en un plano paralelo al mío. Llega una pareja. Una de tantas, chico y chica compartiendo un poquito de compañía (y amor).


Normal a primera vista.


Especial a segunda.


Cuando miré un poquito mejor, me di cuenta de que había algo distinto en sus facciones, en sus ojos, en la forma torcida de sus labios. En ambos. Tenían los mismos rasgos, las mismas marcas de una condición que probablemente les ganó la soledad en casi todas sus vidas: tenían, literalmente, un retraso mental.
El chico, que se tropezó y casi cae dándose la nariz contra el pavimento, recuperó el equilibrio al mismo tiempo que su chica se reía. No lo encontró avergonzante, no sintió ese pavor al qué dirán al ver que su pareja se había caído de forma aparatosa, no se preocupó por guardar la normalidad frente a los ojos de las personas que atestiguaban. Ni siquiera lo encontró como una tragedia de su dificultad motora. Simplemente lo vio simpático, una de esas hermosuras que la vida te presenta para sacarte a pasear un rato de las tinieblas y pequeños dramas que uno se genera. Lo vio un motivo para reír.
Con un movimiento torpe, ella apoyó su mano en el hombro de su novio. Hombro equivocado, el que ella estaba buscando era el que estaba más lejos, separado por una cabeza y espalda. Así que retiró su mano, y la posó sobre el otro, cubriendo así la espalda del chico con su brazo. Abrazandolo. Le tomó un intento fallido, pero lo abrazó al final.
"Me gustan las camionetas, me hacen acordar a..." Y no entendí qué dijo, una bocina hizo de cortina auditiva. Y rieron.
Ellos, con un retraso mental evidente en sus rostros, siendo más que felices en una ciudad tan oscura. Tan no de mi agrado.


Y acá viene la parte del cliché, del que un retrasado mental puede ser más feliz, y por ende más inteligente, que alguien con un IQ promedio.

Pero no es ese cliché  al que quiero acudir.
Si no, uno más importante. No existen los fines, no existen los medios, los panoramas, los background, la música de fondo, las ventajas, las desventajas, lo conveniente, lo inconveniente. Sólo existe el amor.
Todo lo demás, se verá.

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